LA BENDICIÓN A FRAY ELÍAS Se hacía de noche en Asís y Francisco agonizaba, su última hora llegaba; el momento de partir. Dos años antes, en sueños, Elías era avisado: un anciano le había hablado señalándole el momento. El arroyuelo del tiempo se escurría entre sus manos, quería ver a sus hermanos y darles su testamento. Convocados a su lado como apóstoles en duelo, como hijos sin consuelo delante del padre amado. Se agolpaban los recuerdos, las horas bellas pasadas, las alegrías robadas a la simpleza del cielo. Es que él los había engendrado a la vida que no pasa, a la fe y a la esperanza, al Amor resucitado. Con Francisco habían gustado las primicias del consuelo que les espera en el cielo a los hijos de su Amado. Peregrinando el Camino detrás de sus pies gastados, Jesús les había mostrado el premio del peregrino. Por su ejemplo habían dejado casa, patria, padre, hermanos yendo a lugares lejanos en pos del crucificado. Los habían visto predicando por los valles y poblados, al lobo, a los alejados y a los pájaros del campo. Con él les habían cantado su alabanza a las criaturas: al fuego, al sol a la luna que le hablaban del Amado. Con Francisco había llegado la hermandad a nuestra tierra y por su causa se alegra el mundo reconciliado. Eran hermanos menores, hijos del Padre celeste, renacidos en la muerte de su Hijo y servidores. Recordaban los leprosos, el amor para con ellos y los momentos tan bellos que los llenaron de gozo. Como una madre a su hijo yo les pido que se quieran, como hermanos que veneran las mismas llagas de Cristo. Porque Espíritu del Hijo es amar a su manera, hasta dar la vida entera por aquellos que no elijo. Bendecir como Él bendijo haciendo el bien donde quiera y engendrar la primavera que brota de Jesucristo. Y es poro eso que Francisco cual patriarca venerado bendice a sus bien amados como Jacob a sus hijos. Elías está a su lado, aquél a quién llama madre, hijo dilecto del Padre, al Señor ya encomendado. Su mano derecha alzada bendice ya su cabeza con voluntad y firmeza tantas veces demostrada. Te bendigo como puedo querido hijo y amigo porque tan fiel has servido al Señor que yo más quiero. Por ti se han multiplicado mis hermanos y mis hijos, en ti a todos yo les digo: ¡Ámense como los amo! A los confines del mundo enviaste hermanos menores, ángeles y trovadores del Señor pobre y desnudo. A ti te bendiga el Padre y escuche tus oraciones, conceda tus peticiones y su Amor nunca te falte. Su Espíritu esté en tu mente para que guíe tus actos, guarde tu ánimo intacto, tu santidad acreciente. El Señor que me dio hermanos en quién poder contemplarlo te ayude siempre a encontrarlo en aquellos que guiamos. Que no haya en el mundo hermano que no contemple en tus ojos el perdón del Cristo Esposo por mucho que haya pecado. Sea esto para tu alma verdadero eremitorio: vencer el mal y el oprobio con misericordia y calma. Yo me voy con mi Señor, en Él permanezcan siempre, con el corazón alegre guarden su santo temor. Porque vienen tiempos malos en que acecha el enemigo, tú protege a mis amigos y confirma a tus hermanos. Pues yo los dejo en tus manos tú que eres mi fiel testigo: Elías, yo te bendigo, tú protégelos del malo. LA HERMANA MUERTE Volvió el Santo a Galilea donde había comenzado y el Señor le había entregado su fraternidad primera. Allí, en Santa María, al amparo de su Madre terminó de despojarse de lo que aún poseía. Entregó el hermano cuerpo mientras perdón le pedía por todo lo que sufría, tan despojado y maltrecho. Y sus descuidos pagaba cuando a Jacoba pedía aquel dulce que sabía al Santo más le gustaba. Un pan blanco hecho de almendras, tan dulce como su alma, que recordaba la calma en que Dios creó la tierra. Llegada su última hora tomó el pan y lo bendijo y rodeado de sus hijos se los dio para que coman. En el pan les daba su alma de padre, hermano y amigo: Hijos míos, los bendigo y les perdono sus faltas. Reconciliado con todos se fue al cielo perdonando, pobreza y paz entregando como su único tesoro. Hermanos, yo hice mi parte, muestre el Señor la de ustedes, a la Iglesia sigan fieles, que el Evangelio los guarde. Pidió que lo colocaran desnudo sobre la tierra y en el misterio que encierra la madre lo sepultaran. Desnudo en Cristo desnudo se entregó a la hermana tierra, lloraban hasta las piedras junto a su cuerpo menudo. Se cumplió en él el misterio que lo transformó en su Amado, que lo escondió en su costado y lo hizo heraldo del Reino Lloraban la selva, el monte, el río, el mar, las cascadas y una nube huracanada desgarraba el horizonte. El cielo expresó su duelo en lluvia desconsolada y en rayos que demostraban el desgarro de su pecho. Las rocas que contuvieron su encuentro crucificado de dolor se han desgarrado y en grietas su vientre abrieron. Los hijos de la foresta llegaron a acompañarlo: un oso, un lobo, un leopardo, cabras y algunas ovejas. Liebres, zorros, unos ciervos, reptiles, cuises, faisanes, conejos y hasta caimanes, las palomas y los cuervos. El bosque entero ardió en llamas de un Amor sin precedentes y convocada la gente contempló cuanto lo amaban. Ninguno faltó al encuentro porque todos querían verlo, contemplarlo, retenerlo y grabarlo en su recuerdo. Los ángeles lo llevaron en una nube radiante hacia el Cristo que reinante recibe a los que lo amaron. Y a medida que subía su alma, en luz transformada, la noche se iluminaba y en el mundo amanecía. En una nube de alondras, que su alma acompañaban y su brillo reflejaban, el llanto se hizo victoria. Amaneció en un segundo y el sol de una nueva aurora viendo a Francisco ya implora paz y perdón para el mundo. Él era el árbol plantado en las orillas del río, del Espíritu divino del que vivía embriagado. Él era la tierra buena que se entregó a la semilla del Reino y su maravilla y se volvió Buena Nueva. El heraldo del Gran Rey cuya vida es su proclama, de Aquél que tanto nos ama, el Pastor de nuestra grey. Él era el arroyo vivo que nos trajo el agua pura de la fuente que nos cura del desamor y el olvido. La Palabra que encarnada en su vida y su memoria lo engendró para la gloria que le estaba preparada. Era el ungido divino en Cristo transfigurado, el hombre que, rescatado, muestra a todos el camino. El Cristo del Medioevo, profeta de todo tiempo, de la Trinidad, el templo, del Amor, su mensajero.
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EL ADIÓS DE CLARA Los frailes lo acompañaron toda la noche cantando y en bosque, salmodiando, su gratitud le entregaron. Llegaron de todas partes a los santos funerales del santo que en los altares del corazón fue a quedarse. Traían ramos de olivo, cirios y antorchas pascuales, instrumentos musicales y ornamentos de oro vivo. Francisco entraba en la gloria de su Señor bien amado, el que lo había abrazado en la cruz de la victoria. Jerusalén lo esperaba y ya sus puertas se abrían al Santo de la alegría que a Pobreza desposara. La procesión se encamina hacia su ciudad querida, pecadora redimida por el Sol que la ilumina. San Damián en su camino, estación obligatoria, para encender la memoria en que plantara su olivo. Las damas pobres esperan, entre llantos y alabanzas, despedir con esperanza al Francisco que veneran. Y abierto el sagrario santo que su cuerpo contenía, comulgar con él podían envolviéndolo en su canto. Clara lo mira empañada en un llanto dulce y calmo como si cantara un salmo al Padre que tanto amaba. Están todas desoladas en su pobreza y miseria porque se quedó la tierra sin el sol que la abrigaba. -¿A quién iremos, Francisco, tan solas y abandonadas? Quedamos desconsoladas aquellas que te hemos visto. Tú eres padre de los pobres y amante de la pobreza. Tú eres nuestra fortaleza y ayuda en las tentaciones. Si vienen tribulaciones ¿en quién nos apoyaremos? Oh, Padre, ¿a quién iremos en nuestras desolaciones? Y quién será nuestro faro en las noches del invierno que el acecho del averno desenmascare alumbrando. Porque amarga es la partida, la separación tremenda, huérfana queda tu tienda, tus hijos sin su comida. ............ Recordaba sus visitas que en san Damián esperaba, su palabra dulce y clara como la miel exquisita. Su amor y su cortesía, su presencia delicada, su mirada iluminada en Aquel que era su vida. Recordaba aquel incendio de Amor divino en el bosque, encendidos en el toque del Espíritu de fuego. Lo veía predicando en las plazas a su Amado, como jilguero encantado que en su Amor iba volando. Lo veía cosechando el trigo en campos dorados, por el sol iluminado, alegre y siempre cantando. Lo contemplaba lavando las llagas de los leprosos, las heridas del Esposo que en su cuerpo iban sangrando. Hablando con las alondras, embelesado en sus trinos, transido de amor divino como hoguera entre las sombras. Lo recordaba cantando por aquellas callejuelas, como dulce primavera que el pan iba mendigando. Un juglar del paraíso, un trovador que ilumina, una simple mandolina que tocaba el que la hizo. Su amor por Dama Pobreza de la que fue fiel esposo, en quién hallaba su gozo recostando su cabeza. Lo escuchaba salmodiando en aquella noche santa en que el velo se levanta y se ve participando. Recordaba, Clara, el tiempo del crecimiento y la siembra de sus flores predilectas y sembradas por el viento. Eran tantos monasterios ya extendidos por el mundo, tantos jardines fecundos en frutos de Amor primero. La plantita predilecta que Francisco había plantado ya se había transformado en un campo de azucenas. Semillas en tierra buena, su palabra y sus consejos han hallado ya el espejo en que su luz se refleja. Eran tiendas del encuentro en que el Pastor apacienta el rebaño que sustenta con maná como alimento. Ciudades fortificadas por un Amor indecible, donde el cielo ya es visible porque están enamoradas. Como Francisco y sus hijos tan pobres como la nada, viven su entrega confiada en Aquel que las bendijo. Un mismo Pastor las guía hacia corrientes de agua en que beben la esperanza de ver su rostro algún día. Son cenáculos vivientes del Espíritu divino en que se bebe el buen vino del Evangelio en su fuente. Son los brazos levantados de la Iglesia hacia su cielo implorando su consuelo para tantos desterrados. Y son los ojos clavados en la hondura del misterio que se vuelve cautiverio de un Amor ilusionado. Manantiales de agua pura en que su Espíritu y vida se vuelven Eucaristía y acción de gracias segura. Pero no podía su llanto empañar la fiel certeza de la gloria y la realeza que le esperaban al santo. Si los ángeles cantaban la luz de una nueva estrella y las alondras tan bellas en su triunfo se alegraban... Podían, los que lloraban, confortarse en el consuelo de que las puertas del cielo, a Francisco, se entregaban. Y eran sus llagas el signo de predilección divina que como gemas genuinas sellaban su amor por Cristo. Besarlas era un consuelo, un privilegio, un milagro que llevaba a venerarlo como estaba haciendo el cielo. .............. San Damián, cuna y origen, Iglesia reconstruida, de sangre y Amor herida Morada del Dios que elige. Brilla en sus piedras Francisco pues se han vuelto piedras vivas, refugio de la alegría del Padre que es otro Cristo.
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