EL ÉREMO DE FRANCISCO Mora un alma de ermitaño en un cuerpo que en camino, hizo de Dios su destino y que siente al mundo extraño. Es el alma de Francisco conversando con su Amado, todo su ser dedicado a la adoración del Cristo. Sellados van los sentidos al mundo que los provoca pues en su templo se invoca al Padre dios con gemidos. Y cuando, al Sol, las ventanas, abre el éremo en su idilio, se llena de colorido su presencia soberana. Ora Francisco en camino como ermitaño perfecto, sólo en Dios está su afecto concentrado y conmovido. Y si habla con las alondras para invitarlas al canto, conmovido rompe en llanto cuando en su cantar lo nombran. El Dios que contempla dentro pasea en su paraíso y se vuelve encontradizo transparentado en misterio. Y es por eso que lo encuentra reflejado en la belleza en que la naturaleza, hecha por Él, se alimenta.
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LA LUZ DE FRANCISCO. Un orante hecho de luz, transido de Amor divino, un lucero vespertino en la noche de Jesús. Todo el bosque iluminado en la nube que lo envuelve, su rostro, de luz, se vuelve y el cielo queda opacado. Todo en Él transfigurado en la nube luminosa en que su espíritu goza todo en Cristo transformado. Los ángeles engendrados en la luz que los evoca, lo bendicen mientras tocan su música embelesados. Envuelto en la luz divina de su Señor adorado, su corazón extasiado en los ojos que lo miran. Porque luz es su mirada y contemplarla es la vida, en luz Francisco camina transformado en alborada.
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