LA VOCACIÓN DE CLARA Solemne, Jerusalén, estaba, recibiendo a su Mesías, cumpliendo las profecías, Jesús, sobre un burro, entraba. Entre palmas y ovaciones, príncipe de paz, venía y en sus ojos se veías la entrega sin condiciones. Asís, Domingo de ramos: Clara, de gala vestida, como princesa escogida por el Señor soberano. Con devoción en sus manos, ramos de olivo tenía y ya su lámpara ardía quemando para su amado. Toda de luz revestida, su corazón entregado a Jesús que en esos ramos su realeza prometía. La esposa está decidida: por la noche, acompañada, una joven se fugaba de su castillo a escondidas. La luna la iluminaba y en su luz la protegía, las estrellas le decían que Francisco la esperaba. Por el sendero, segura de lo que Dios le pedía, como una novia vestida, marcha Clara en noche oscura. La Porciúncula está lista para recibir la ofrenda del trigo que en la molienda se hará pan de Eucaristía. Arden de amor los hermanos en una noche de bodas y aguardan aquella hora con antorchas en las manos. Las palmas se han encendido en la Pasión que devora, en el ardor que enamora y en Jesús que es su Camino. Francisco en fuego divino, su corazón, incendiado, recibe ya entre sus manos la ofrenda para el Dios vivo. La esposa cambiará el nido que el mundo le ha regalado por el del Cristo ultrajado, por Amor, hecho mendigo. Un sayal pobre y raído por su Esposo preparado, que en su pasión ha bordado: su riqueza y su vestido. Dona al Señor los cabellos con los que teje su encanto, se cubrirá con el manto de un Jesús humilde y siervo. La capilla está de fiesta, Santa María celebra y los ángeles se alegran porque renace la Iglesia. Se recrea el paraíso en el huerto de la vida, allí, en Santa María donde se desposa Cristo. Nace un linaje escogido para llevar savia nueva a la Iglesia que recrea su Amor primero perdido. Porque Amar es su secreto, Francisco lo ha comprendido, sólo en Cristo se ha escondido como tórtola sin techo. Sólo Él pobre y herido sin apariencia de gloria, crucificado en la historia, Sólo Él, Cristo mendigo. Clara obtendrá un privilegio como regalo de bodas: la pobreza pura y sola de su Señor en el huerto. Del Cristo pobre y desnudo que se acostó en un pesebre, del que en la cruz duele verle despojado en Amor vivo. Este Amor será su meta y el despojo su camino, Francisco y Asís el limo de su plantita dilecta.
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CLARA Tan clara como aquella melodía que cantaba Francisco entre amapolas, clara como la espuma de las olas o como arena blanca a mediodía. Como el cielo en que se aleja la tormenta y enciende el color de una sonrisa, como el perfume de un prado que en la brisa va más allá de los valles que lo encierran. El perfume de los lirios ya se eleva en una azucena blanca en primavera, es el aroma fecundo que recrea la inocencia original que perdió Eva. Muy pronto el jardín fecundó en flores y se cubrió el valle de azucenas, la savia de Dios llena sus venas y el aroma del Amor sus corazones. Fue el silencio el secreto de sus almas, la mirada sostenida en Su presencia, Jesús el centro de su complacencia y contemplar su belleza su esperanza. Recuperar la pureza del Amor primero, la labor incesante de sus vidas, el Amor puro la esencia de sus días, la Trinidad el centro de su credo. Como incienso que enciende la memoria del cielo en que se quema como ofrenda, así se queman sus horas en la tierra para volverse alabanza de su gloria. Y es por eso que anuncian la victoria del Amor sobre el odio y la violencia, cuando colocan en Dios toda su ciencia su alabanza se hace centro de la historia. Como suspiros al caer la tarde suben al cielo los salmos de sus bocas, el corazón se va con ellos y reposa en el seno del Dios que ya lo invade. Y así transcurren sus noches y sus días en la vigilia que espera la mañana, en que la aurora se levante soberana para darle al Sol su primacía. En el jardín de Francisco una azucena, delicada, clara y femenina, transparente como el agua cristalina, encarnó su ilusión en tierra buena. Y la plantita sembrada con sus manos se transformó en un árbol de delicias que ofrecen cada día las primicias que al altar de la plegaria llevan los hermanos.
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