EL JARDÍN DE SAN FRANCISCO Sembraba un jardín Francisco entre amapolas silvestres, sembraba una tierra agreste con moras y tamarindos. En el borde, unos olivos hechos de paz y de soles, rodeados de girasoles, adoración del Dios vivo. Plantó una fresca magnolia de un perfume inusitado, le recordaba al Amado y el aroma de su gloria. Damascos trajo de Arabia y naranjos de Sicilia, las higueras eran libias y del Líbano la acacia. Florecidos los azahares impregnaban el ambiente y le hablaban del Oriente en que el Sol todo lo invade. Le dijo su amor al Sol cultivando unos jazmines entre mazos de alelíes y prímulas de color. No se olvidó de las rosas que a la Virgen le ofrecía, se acordaba de María, tan simples y tan hermosas. Las rodeó con azucenas, de una blancura exquisita, que inmaculadas indican a la Madre dulce y buena. Junto a un arroyo plateado que le regaló a la luna, sembró margaritas puras y tulipanes dorados. Y en un monte de pureza entre nardos y jacintos plantó el corazón de un lirio coronado en su realeza. En un rincón encantado dejó crecer un almendro enmarcado entre unos cedros y colinas de castaños. Quiso Francisco una vid que regalara su vino, trigo y pan para el camino y gracia para vivir. No se olvidó las violetas, tan humildes y sencillas, dalias, lilas, campanillas y pasionarias inquietas. Bordados los pensamientos entre los otros canteros, eran imagen de un cielo de color y sentimientos. Y en un rincón reposado un paseo de glicinas, etéreas y cristalinas, en sus ojos extasiados. Era el jardín de Francisco el mundo en el que soñaba y en cada flor encontraba una chispa de su Cristo. Porque cada una alaba a su Señor a su modo y en su sinfonía el todo es reflejo de su gracia. Sembró Francisco virtudes, un bosque de hábitos buenos y perfumó el mundo entero con el olor de sus flores. Su palabra fue simiente de un Amor que se hizo vida coronado en la alegría que al mundo, en jardín, convierte.
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FRANCISCO Y EL NOMBRE DE JESÚS. Como la miel en los labios, su Nombre, dulce y sencillo, se ha vuelto ya el estribillo de tus días y tus años. Su Nombre llevas grabado en lo profundo del alma, te llena de paz y calma y te tiene enamorado. Su Nombre está en tus oídos cuando podés escucharlo, en las aves que a alabarlo invitas con tus gemidos. Su Nombre tu mente inunda, tu pensamiento arrebata y se vuelve serenata en una noche de luna. Su Nombre brilla en tus ojos como un sol que se ha engarzado en un medallón dorado que ha encontrado su tesoro. Su Nombre tiembla en tus manos cuando devotas lo escriben o elevadas lo reciben como luz hecha regalo. Su Nombre en todo tu cuerpo, te estremece pronunciarlo, te postras para adorarlo como un junco ante su dueño. Su Nombre está en tu memoria como un sello hecho de fuego, como brasa en su brasero quemando todas tus horas. Es su nombre, en tus suspiros, anhelo de Amor eterno implorado desde el templo del que brotan tus gemidos. Es tu oración y tu gloria, tu bebida y tu alimento y te envuelve como el viento que es la trama de tu historia.
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