UN INCENDIO DE AMOR Hacía ya tiempo que Clara le había pedido un favor: compartir con su pastor una fraterna velada. Deseaba escuchar su voz, sus santas admoniciones, cantar algunas canciones y alabanzas al buen Dios. La plantita busca el sol, la hija reclama al padre, un santo busca la madre, un amigo del Señor. Condescendiendo al deseo de aquella que había dejado casa. fortuna y cuidados por el dulce Rey del Cielo... Dice Francisco a Maseo: - Ve a buscar a nuestra amiga, llévala a Santa María para cumplir su deseo. Hace tiempo que encerrada en San Damián me acompaña, mi hermana de las entrañas al Señor tan entregada. Ella, mi fiel consejera, como la luna tan bella, vivaz como las estrellas, mi primera compañera. También yo deseo verla, hace tiempo que no paso a rezar por esos claustros que tratan de contenerla. Le hará bien salir un poco, recuperar la foresta, participar de la fiesta, cantar y charlar un poco. Además, Santa María es un lugar especial, una capilla esponsal en la que entregó su vida. Los ángeles que la cuidan y nos acompañan siempre me dicen cuánto la quieren y la llenan de alegría. Es una hija escogida para iluminar la noche, las tinieblas de los hombres y la alegría perdida. La mesa está preparada, llegan Clara y sus hermanas y la luna soberana de la noche las halaga. El mantel sobre la tierra, un pan, un poco de agua, vino y canto de cigarras en que la selva se alegra. Francisco ofrece su vino, con palabras delicadas, su alma tan enamorada, les hablaba del Dios vivo. Alababa su ternura, su paz y misericordia, su paciencia en nuestra historia, su calor y su dulzura. Les hablaba de su Hijo muerto en la cruz por nosotros, resucitado y glorioso que en la Iglesia nos bendijo. Y del Espíritu Santo, Señor y dador de Vida, fuente de toda alegría, de la esperanza y el canto. De la Madre del Señor, Santa Reina siempre Virgen, Madre de los que lo eligen como esposo y salvador. Ella, palacio y esclava, casa, tienda y su vestido, por quien el Verbo ha venido, toda por Dios consagrada. Alababa las virtudes engarzadas en su trono que como flores de aromo perfuman sus actitudes. Oh reina sabiduría, simplicidad pura y santa. Oh pobreza que levantas el alma con tu alegría. Hermana santa humildad amiga de la paciencia y hermana de la obediencia que infunde la caridad. Santos ángeles custodios, virtudes que nos defienden del enemigo rugiente, de sus ataques y oprobios. Quien una de ustedes tiene tiene todas las demás, encuentra en ellas la paz y vive como conviene. Confundida la avaricia, la ambición e hipocresía, Pobreza nos da alegría desterrando la codicia. La hermana simplicidad en los ojos y en el alma, es fuente de toda calma, de alegría y sobriedad. Sabiduría confunde las insidias del maligno y la obediencia es el signo de Dios y su voluntad. Estaba todos absortos y contemplando al Amado, a Jesús, el adorado reflejándose en su rostro. Y el fuego divino ardía quemando sus corazones, encendidos de ilusiones que el Espíritu infundía. Y el fervor era tan alto, la devoción tan intensa que se iluminó la selva de un Amor sublime y casto. Viendo el fuego desde lejos, penando que era un incendio, los habitantes del pueblo corrieron a socorrerlos. Y grande fue la sorpresa de todos cuando llegaron porque el fuego que encontraron era el Amor de la Iglesia. No era un fuego material sino llamas de Amor vivo, de Francisco y sus amigos en el fuego primordial. Fue esta la cena preciosa y el verdadero alimento, la comida y el sustento de Clara, la fiel esposa.
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