EL CANTO DE SAN FRANCISCO El cielo, la luna clara, vistió ya con su belleza y saluda la realeza del Sol tras una montaña. Ruborizada de Amor se enciende en su luz plateada y en una noche estrellada dice adiós a su Señor. Francisco mira de lejos, sobre una roca dorada, una luna emocionada que le entrega su reflejo. Tiene alma de trovador, no puede quedar callado, También él, enamorado, en su interior lleva un sol. Tiene una lira de olivo y una flauta de manzano, un violín entre sus manos que en ébano fue esculpido. Con una rama de incienso suena su música el lirio respirando el aire tibio del otoño en sus comienzos. Lo acompañan las cigarras con violonchelos de almendro y un oboe entre los cedros que toca una ardilla blanca. En las hayas, las alondras, lo acompañan en su canto y no se sabe si es llanto del bosque desde sus sombras. Un canto hecho de nostalgia del Sol y su colorido, un canto de Amor dormido que se fue tras las montañas. De él queda sólo el reflejo entre unas nubes hermanas, y una luna soberana que es de su rostro el espejo. Canta su canto Francisco en la noche solitaria, su corazón es un aria enamorada de Cristo. Jesús es su melodía, está en su aliento y su boca, en la lira y en las notas que tejen su sinfonía. Canta Francisco su canto con la ternura de un niño, con la dulzura y cariño de un amor envuelto en llanto. Sus lágrimas son el eco de un corazón dolorido, herido de un Amor vivo escondido en su secreto. Un Amor que lo ha atrapado y enciende el Sol en la luna, un Amor que se hace cuna del corazón entregado. Canta Francisco en el bosque y es una hoguera su canto que enciende en el cielo el manto de la luna en sus acordes. Canta el trovador de soles, el jilguero enamorado, el juglar ilusionado canta a su Amor en las noches.
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LA MÚSICA DE FRANCISCO Sonó una lira en el bosque que se llamaba Francisco, su corazón: un acorde enamorado de Cristo. Suena un violín en la noche en una orquesta de grillos, es Francisco que responde cuando el mundo está dormido. Los árboles lo recogen en sus ramas, convertido, en pájaro humilde y pobre en búsqueda de su nido. Vuela en el cielo Francisco como un cometa perdido, persigue al sol en su ocaso, su corazón está herido. El cielo es la partitura de su música encantada y escribe en él su locura como notas en el alma. Él es cuerda y melodía que brota de las entrañas, su corazón sinfonía de un cielo que lo reclama. Suena un violín en la noche y Francisco entrega el alma suspendida en un acorde en que la luna se embriaga. El silencio lo rescata preñado de Amor divino y en la noche se levanta enamorado en los grillos. No canta sólo Francisco, el bosque se ha convertido en un coro de belleza buscando el cielo perdido. Y en su música, Francisco, lo conduce al Amor vivo que se ha anidado en su alma y lo mantiene cautivo. Suena una lira en el bosque que Francisco ha convertido en un templo hecho de robles con un techo de zafiro. Y en el altar un jilguero con el corazón herido ofrece su Amor al cielo con la mirada de un niño.
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