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Poesía religiosa. San Francisco de Asís
Francisco y el Papa

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FANCISCO Y EL PAPA

El Evangelio en sus labios,
en su mente y en su vida,
sólo por él ya se guía
y se transforma en un sabio.

Francisco reconstruía
con piedras y con cuidado
un templo ya abandonado
que su alma alegraría.

Mientras tanto Dios movía
los jóvenes corazones
a dejar sus ambiciones
y seguir su profecía.

Eran ellos piedras vivas
de un templo glorioso y santo,
el que el Espíritu Santo
reformar se proponía.

La construcción comenzada:
una pequeña capilla
era sólo la semilla
de lo que Dios preparaba.

Y el buen Dios amalgamaba
con un Amor puro y santo
un edificio de santos
que a su Hijo regalaba.

Ángel, con su cortesía,
tan gentil y caballero.
Bernardo, fiel compañero
que en su fe lo emularía.

Silvestre, un contemplativo,
León, tan simple y tan puro,
Maseo bello y seguro,
Pedro, Felipe y Egidio.

Junípero y su paciencia,
Juan de Lodi, recio y fuerte,
Rogelio y su amor ardiente,
Lúcido, siempre en alerta.

Doce columnas de fuego,
doce lámparas que ardían
y en el templo se encendían
de Francisco y su secreto.

Doce apóstoles de Cristo
que desde la cruz hablaba
cuando sus ojos miraban
con corazón puro y limpio.

Doce rostros tan distintos
que un mismo Señor convoca,
doce hermanos que lo evocan
y en ellos presente un Cristo.

La fraternidad primera,
su nostalgia de inocencia,
su vida de penitencia,
un brote de primavera.

Doce almas rescatadas
del vano orgullo del mundo,
mendigos y vagabundos
y en sus ojos, la esperanza.

El Señor te ha dado hermanos,
Francisco, debes cuidarlos,
frágiles, debes guardarlos,
mostrarles un Dios cercano.

Es tan grande su entusiasmo,
la ilusión que hay en sus ojos,
el ímpetu de su arrojo,
la pureza de sus labios.

Tú quieres estar seguro,
irás ante el señor Papa,
le contarás lo que pasa
y confirmará tu rumbo.

Marcha Francisco hacia Roma,
los primeros compañeros,
heraldos y pregoneros,
de un sol nuevo que se asoma.

El Papa va a recibirlos,
son solamente un puñado
de jóvenes que han dejado
todo por causa de Cristo.

Van descalzos, sin caballos,
entre sayal y cilicio,
el Evangelio es su oficio,
lo anuncian entusiasmados.

Por las noches se retiran
al bosque y a su penumbra,
allí sólo los alumbra
la oración en que confían.

Por comida unos mendrugos
de pan simple y compartido,
beben el agua del río
y los viste un suave yugo.

Roma fiel, ciudad abierta
al mundo y sus tentaciones
y a todas las corrupciones
del enemigo que acecha.

Entra la luz en el templo
lo purifica en su fuego,
entra el ángel mensajero,
el profeta de los tiempos.

El Papa, desconcertado
ve cumplir la profecía
que en sus sueños recibía
al ver, de Dios, al enviado.

Reconoce en él el hombre
que sostenía la Iglesia
tan sólo con su pobreza
y de Jesús lleva el nombre.

Papa Inocencio bendice
al pobre de pies descalzos
que Jesús lleva en los brazos
y una aurora el predice.

El cedro robusto y fuerte
casi alto como el cielo
se abaja y besa en el suelo
los pies de un lirio silvestre.

Vuelen, hijos, a los montes
cual golondrinas viajeras
y siembren la primavera
de Cristo en el horizonte.

Prediquen en los poblados
en el campo, en las ciudades,
en las universidades
en talleres y mercados.

Sin bolsas y sin callado
lleven a Cristo a los pobres
y díganles a los hombres
que el Amor ya no es amado.

Yo te bendigo, Francisco
a ti y a todos tus hermanos
y a todos los ciudadanos
del cielo que me has traído.

Multiplique el Dios bendito
en número tus seguidores
y sean anunciadores
de la Buena Nueva en Cristo.

Que como estrellas del cielo
o la arena de los mares
sean muchos los lugares
que bendigan en su vuelo.

Dios pensará en la cosecha,
tú siembra en el campo a Cristo,
sembrador eres, Francisco,
tus hermanos son su tierra.

RIVOTORTO

Un tugurio simple, humilde
en medio de un campo santo,
tejas rotas, un establo,
un arroyuelo apacible.

Llamarle primer convento
ya sería demasiado,
un refugio abandonado,
una tapera y un techo.

Un nido que a los gorriones
de Cristo ofrece su lecho,
unas hojas, pasto seco,
unos salmos y canciones.

En las vigas unos nombres
distribuyen el espacio,
a lo lejos, el Subacio,
se yergue en el horizonte.

Francisco encuentra cobijo
con sus primeras ovejas,
el buen pastor no las deja
a la intemperie en el frío.

Allí reposan y rezan,
comparten lo sucedido,
el día que han transcurrido
compartiendo algunas fresas.

Trabajan por la comida,
predican en la comarca,
la sencillez los destaca,
son mendigos y dan vida.

Por mesa una roca hermosa,
el agua la trae el río,
si hace calor el rocío
refresca mientras reposan.

Comparten sus esperanzas
inquietudes y tristezas,
es parte de su pobreza
hablar con toda confianza.

El pan siempre compartido,
la palabra generosa
del Padre en el que se gozan
porque Él los ha elegido.

El calor de hogar sencillo
está dado en las personas
y en un Padre que perdona
las faltas que han cometido.

Cristo es centro de su vida,
su Espíritu se respira
en una sana alegría
que se vuelve Eucaristía.

Viven humildes, confiados,
desapropiados de todo
como Jesús y a su modo,
como hombres regenerados.

Son hermanos penitentes,
y jóvenes convertidos,
buscadores del Dios vivo,
humildes y orantes siempre.

Rivotorto es el pesebre
en que renace la Iglesia:
piedras preciosas selectas
en las manos de un orfebre.

Tugurio y vientre materno
en que gesta un movimiento
el que les da su alimento
porque es Padre y Dios eterno.

Rovotorto es vida oculta
de Nazaret escondido,
siembra del grano de trigo
que la madre tierra oculta.

Es cobijo, casa y nido
de golondrinas inquietas,
entrenamiento de atletas
que el Espíritu ha movido.

Es promesa y esperanza,
es sueño y es profecía,
intimidad y alegría
compartida con confianza.
.................

Su pasión de penitente
mortificaba los bríos
del corcel blanco y bravío
y sus ímpetus ardientes.

Y en un río de agua helada
o en la nieve pura y fría
apagaba, cuando ardía,
su carne que era tentada.

La libertad anhelada
solamente conseguía
si la carne sometía
con penitencias osadas.

Por devoción ayunaba
cinco cuaresmas al año
y así vencía el engaño
si el enemigo asechaba.

Eran Orden penitente,
ejército que entrenaba
y en el desierto libraba
una guerra diferente.

La guerra contra los vicios
que apagan la fe en el alma,
que le quitan toda calma
y los vence el ejercicio...

de las virtudes contrarias
sembradas con sacrificio
en el terreno propicio
que está arado en la constancia.

A San Miguel imploraba
especialmente su ayuda
y en su honor reza y ayuna
cuarenta días sin pausa.

Y la carne sometida,
para el Amor liberada,
como copa consagrada
el buen vino contenía.

Una atención delicada
tenía con los hermanos
que en sus límites humanos
no siempre lo soportaban.

Un día, muerto de hambre,
un pobre fraile clamaba:
¡me muero! el pobre gritaba,
¡me atormentan los calambres!

Y Francisco lo bendijo,
trajo pan y algunas pasas,
e interrumpió con confianza
el ayuno y les dijo:

Quiero Amor no sacrificios
dijo el Señor a su pueblo,
devoción frente al misterio
y no profetas de oficio.

Quiero oración pura y alta
y el holocausto del pecho
que se quema como incienso
en el altar de sus almas.

El ayuno es sólo un medio
para ganar la batalla,
para liberar el alma,
para someter el cuerpo.

El Amor es lo primero,
la fidelidad confiada,
la sonrisa esperanzada,
la entrega al Dios verdadero.
..............

Un buen día, por la noche,
llegó un pastor con su burro,
prepotente, en el tugurio,
metió el burro dando coses.

Francisco sin decir nada,
bendiciendo al buen hermano,
se levantó y campechano
decidió cambiar morada.

Una Iglesia abandonada,
de nombre Santa María
le dio una buena acogida
a la grey desalojada.

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