FRANCISCO Y EL SULTÁN Ancona, puerto de mar, de allí parten los cruzados, Francisco tan solo armado de una cruz, va a predicar. También él es un cruzado, sin ejército ni espadas, sin caballos y sin armas y de poder despojado. Heraldo de Jesucristo su vida es una proclama que toda la tierra hermana y confunde al enemigo. Será la sed del martirio el impulso que lo mueve porque sabe que el que muere por Jesús, es otro Cristo. Francisco tiene clavado en Jesús su corazón pues su martirio es su amor al Cristo crucificado. Martirio del corazón que florecerá en sus llagas, un espíritu que en llamas se quema para el Señor. Va Francisco misionero y su misión es servicio ofrecido en sacrificio a Jesús y al mundo entero. El hacerse servidores de toda humana criatura es para él la aventura de Cristo y sus seguidores. Si su servicio es palabra con las obras predicada, la Buena Nueva anunciada será el martirio del alma. Anunciar a Jesucristo que ha muerto y resucitado, al Padre que lo ha mandado y al Espíritu divino. Francisco marcha sereno y navega mar adentro. Francisco marcha al encuentro del pagano sarraceno. Armado con la Palabra y una coraza de harapos, una fe que hace milagros y un escudo de esperanza. Marcha Francisco cruzado por las arenas ardientes, es un alma penitente a Jesús encomendado. Un embajador de Cristo cuya corte es una alondra, unas langostas de escolta, sus pies caminan tranquilos. Una columna de fuego lo guía cuando es de noche y una nube al horizonte le indica su derrotero. De noche, la media luna en un cielo despejado besa el desierto plateado y su misión asegura. Le dice que está a su lado, que camine con confianza, que no pierda la esperanza de proclamar a su amado. El sultán lo está esperando, sus guardias le han avisado que un loco envuelto en harapos ha venido a visitarlo. Dice ser un mensajero de su Señor soberano, de un Jesús que se hizo hermano y que debes conocerlo. Tiene aspecto de profeta, de ermitaño del desierto, todos acuden a verlo, dice que Dios está cerca. Que Jesucristo es su Hijo por nosotros encarnado, muerto en cruz, resucitado, que él es sólo su testigo. Esta solo y desarmado, descalzo cruzó el desierto como montado en el viento que lo venera postrado. Cuando reza es una antorcha, todo de fuego inflamado, parece incienso quemado en honor del Dios que adora. De sus ojos se derrama una paz que huele a mirra y como miel cristalina es su voz potente y clara. ..... Atento el sultán escucha al mendigo encadenado que Damasco ha encandilado con el ardor de su lucha. Como heraldo del Dios trino predica la salvación para toda la nación si aceptan a Jesucristo. Predica con gran coraje, con espíritu de fuego, anuncia al Dios verdadero sin temor a los ultrajes. Mi palabra juzgue el fuego si estás de acuerdo y lo quieres y si en la hoguera me vieres intacto como me veo... Aceptarás lo que quiero tú, y toda tu gente, a Jesús, sol del Oriente que es salvador verdadero. Desconcertante propuesta que quedó son acogida pues ninguno se atrevía a meterse en una hoguera. Admirado y temeroso rechazó su desafío y quedó tan conmovido que le ofreció sus tesoros. No quiero alhajas ni oro, pues Jesús es mi riqueza, su pasión y su pobreza mi vestido y mi decoro. Yo sólo quiero que abras tu corazón al Dios vivo, que conozcas su camino y que le entregues el alma. No puedo, Francisco, sabes que el pueblo entraría en revuelta, pero te abro las puertas a ti y a todos tus hijos. Predica al Dios verdadero, anuncia la paz sincera, predica contra esta guerra que en nombre de Dios hicieron. Que tu palabra bendiga a todo aquel que la escuche, que tus ojos los alumbren como lámpara encendida. Que puedan todos gozarse de tu ejemplo y de tus hijos, grande es Dios que los bendijo con un profeta por padre. Este fue el santo martirio que albergaba su deseo, un martirio hecho de fuego que quema sin consumirlo. Y coronó con sus palmas el Señor tu pensamiento, se quedó en el sentimiento que crucificaba el alma. Atravesaste la hoguera que quema en Amor divino, se volvió éste tu camino y tu prédica sincera. Se oculta el sol y Francisco tras él regresa a occidente se encamina hacia el poniente tras las huellas de su Cristo.
| |
|
| |
EL NILO Caliente la arena quema los pies del fiel peregrino, se abre, Francisco, camino y se dirige a Damieta. En el corazón de Egipto y entre vientos de cruzados sus pies, de arena calzados, siguen las huellas de Cristo. ............................ Reza un fraile junto al Nilo bendiciendo su corriente, reza bajo el sol ardiente que protege su dominio. Contempla en él el misterio de Aquel que los ha creado y que nunca ha abandonado al pueblo en su cautiverio. El éxodo de Francisco es un éxodo distinto, éxodo del laberinto de la traición a su Cristo. Traición de falsas victorias regadas con sangre humana de una guerra soberana que se adueña de la historia. Que cancela la memoria de un Cristo que es pastor manso que predica sin descanso un Dios que es Padre en su gloria. Padre de fieles e infieles del que no lo reconoce del que aturdido en sus goces se cierra al Cristo que viene. Dios lo ha llevado al desierto y le ha dado otros hermanos lo sostiene con su mano y le muestra un cielo abierto. Un cielo casa de todos, de manjares suculentos de manantiales y encuentro del que nos salva a su modo. ........................... Yo los mando como ovejas los mando en medio de lobos, caminarán codo a codo seguros en mi presencia. Pacificados conscientes del Amor que Yo les tengo, sabiendo que los sostengo y los envío a las gentes. Piensa Francisco en su Cristo, delante, inmenso, el desierto un misterio al descubierto un mundo que nunca ha visto. Más allá, los sarracenos, ¿lobos feroces o hermanos? y un mismo Dios soberano que desciende a los infiernos. Desciende, Francisco, al Nilo y se sumerge en sus aguas es la emoción que lo embarga; y su misión en el río. Un horizonte infinito, un mundo nuevo que embriaga, más allá de las cruzadas camina como otro Cristo. La guerra que lo estremece: muerte, sangre, cruz y espada y la ilusión derrotada que ante la muerte enmudece. Bebe, Francisco, en el Nilo su cultura milenaria, bebe el sol de sus entrañas y renueva su bautismo. A sus orillas la hierba crece verde como un signo del Amor tierno y benigno del Dios que cuida su tierra. Del que a los justos e injustos da su lluvia en abundancia del que espera con constancia un mundo de paz más justo. Piensa, Francisco, en los lobos pues ya no encuentra ninguno y ve el momento oportuno de predicar a su modo. Lo contemplan unas garzas y un grupo de escarabajos mientras sostiene en sus brazos el gato que lo acompaña. El hermano sol bendice, para él es Cristo que reina y en los papiros impregna la Palabra en sus raíces. Será el servidor de todos como Jesús le ha enseñado trabajará con sus manos y predicará a su modo. Amigo de los leprosos, mendigo con los mendigos, el rostro de un Dios amigo fuente de paz y de gozo. Anunciará la concordia la armonía entre los pueblos la paz de Dios y el consuelo que se imprime en la memoria.
| |
| |
|
|
|