LOS ESTIGMAS DE SAN FRANCISCO ¿Qué sentiste, en su Amor emborrachado, besando las llagas del Crucificado, los pies heridos del Resucitado, sus manos traspasadas por los clavos? Cuando sumergido en su costado, en la herida de su corazón atravesado, bebiste el cáliz, por el Maestro, preparado y quedaste, en la oración, con Él clavado. Ese Cristo que te tiene enamorado escuchó tu oración y ha respondido, te ha dejado el corazón herido y el beso de su Amor en tu costado. Y ahora estás, Francisco, derramado como libación de vino nuevo, como aceite sobre roca en el destierro, como torrente de amor ensangrentado. Te has vuelto bendición y ya en tus manos la gracia se derrama como un río, son fuente de la que brota el Amor vivo y la unción del Cristo que adoramos. Son tus pies los del Cristo peregrino, por anunciar la buena Nueva están llagados, pues en la cruz de la historia están clavados socorriéndolo al costado del camino. Y ahora estás, en otro Cristo, transformado, su Evangelio en tu mente se ha quedado, tu Espíritu en su paz se ha reposado, con el Señor estás configurado.
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HERIDO DE AMOR LAS MANOS... Herido de Amor las manos, los pies y el pecho atravesado de gracia el corazón sangrante en un suspiro la ilusión, el cuerpo que del Amor se ha vuelto el lecho. En llagas seráficas tus manos brindan el perfume de las rosas florecidas, abiertas al Amor están transidas de olor de santidad, de incienso y mirra. Ensangrentados tus pies de peregrino caminan la pasión del Cristo eterno, tus huellas son de sol, tu paso lento deshojando el Amor en su camino. Tu corazón en llamas es la hoguera de la pasión de Amor que ha cautivado tu mente y tu espíritu empapado en la sangre del Dios que la alimenta. Todo ardor tus ojos se han fijado en el Señor del Amor que tiene herido tu corazón, tu mente y ha querido abrazarte con Él crucificado. Crucificado de Amor tu cuerpo imita la mirada de tu espíritu extasiado, el abrazo del alma de un enamorado que es templo del Amor que lo inhabita. Francisco santo, de Amor te has consumido, el corazón, las manos, los pies, atravesados, la mirada, el alma y el espíritu clavados en la hoguera de Amor de un Cristo herido. Tu pensamiento en Él cristificado, tus sentimientos de carbones encendidos, queman la alabanza de tu pecho en el latido del corazón que en el Cristo se ha quedado. Crucificado con Él y en Él glorificado, transfigurado el cuerpo que, ofrecido, se hizo ofrenda y perfume de unos lirios entrelazados de Amor resucitado.
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